La estatua del Príncipe Feliz estaba cubierta por hojas de oro, sus ojos eran dos zafiros, y tenía un rubí en el puño de su espada. Una noche llegó a la ciudad una golondrina, y al posarse en la estatua vio que esta lloraba, porque desde lo alto podía ver toda la miseria de su ciudad. Entonces decidió quedarse un poco más para ser su mensajera, a pesar de que sus amigas ya habían partido para Egipto y de que cada vez hacía más frío.
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